Alguna vez fue TANGAMANDAPIO




Por: Jairo

No hace ni un año atrás que nos estabamos colgando los bolsos llenos de mercado, nos poníamos las camisas sobre las cabezas y con paso firme subíamos por dos o más horas desde la entrada del ICP de Piedecuesta hasta la vereda Faltriqueras, cuyo nombre demoramos más de un mes en conocer y otro tanto en aprender, para llegar a la tierra prometida: TANGAMANDAPIO, que como lo era para Jaimito el Cartero será para nosotros siempre nuestra tierra natal.


El proyecto comenzó como todos, con espectativa y ganas de que saliera algo, aunque todavía no sabíamos qué. Subimos con poco desayuno y muchas ganas, unos bananos, bocadillo y agua, junto con un anciano desconocido Mechas y Mi persona para conocer a Miguel, cuya frasesilla "pos sí" retumba aún hoy en nuestras cabezas. En medio de unas lomas que desafían el equilibrio de cualquier citadino encontramos una pequeña cabaña, choza o rancho, como se quiera llamar, en el cual decidimos construir nuestros sueños, y aunque el señor Mechas se ganó el apodo de Bob el Constructor por sus macroproyectos de desarrollo arquitectónico autosostenibles nunca iniciados, no nos podíamos quejar del espacio.

En este ensayo de compostaje colectivo, comenzamos por las terrazas antes que por el suelo, pues, lo veíamos medianamente apto, pero al primer azadonaso nos dimos cuenta que era un suelo sumamente arcilloso y con muy poco suelo fértil, y ahí fue donde comenzó el proyecto. Subimos a Otto hasta tangamandapio y después de un ligero almuerzo (ya llevabamos varios días enmontados y el mercado se iba acabando) construímos la primera terraza, con la materia vegetal hicimos un pequeño montículo de compost y tras ella hicimos otras tantas.

En sí nos dedicamos a consentir las terrazas, vecinos del bosque de niebla, donde a veces nos saludaban los monos aulladores cuando se despejaba el paisaje, subíamos con palas y sacos a recoger mantillo del bosque, el cual incorporábamos en las terrazas junto con algo de arena que encontrabamos en los bancales, esperando que se compostara la materia orgánica que íbamos incorporando de podas y terrazas.

Algún dia Camelo nos regaló una plántulas que diligentemente sembramos, perejil churco, acelga y lechuga roja decoraron la entrada de la casa. Cada mañana eran regadas y cuidadas, llevabamos un pequeño control sobre la cantidad de plantulas que sobrevivían, aquellas que más crecían, etc. Y de vez en cuendo Miguel "pos sí" subía y nos daba un consejo sobre el cultivo y la vida.

Agua era lo que menos nos preocupaba, de una manguera bajaba agua de manatial que irrigaba las plantas, lavaba nuestros platos y nos daba de beber y para cocinar. De hecho, cocinar era uno de nuestros mayores placeres, o más que cocinar comer, algo de carne o pollo que colgábamos del fogón de leña y que poco a poco se ahumaba y tomaba el delicioso sabor del monte.

Claro, no todo era tan idílico, a veces nos costaba trabajo dormir en el suelo, muchas veces medio hacinados y aunque a veces tocaba "impulsar firmemente" a unx que otrx a realizar una tarea común, eran más las que nos inventábamos que las que "tocaba" hacer.

TANGAMANDAPIO como todo llegó a su fin sin siquiera disfrutarlo completamente, tan duro nos dió que solamente un mes después pudimos subir el pollo y mi persona a recoger algo de lo que teníamos allí abandonado, para recoger con un nudo en la garganta y con la tristeza de ver a nuestras plántulas y nuestras terrazas sin alimento y sin compost.